Zoraya Gutierrez: «En Venezuela los militares no se vuelven porque están todos pagados»

Zoraya dejó Venezuela hace 8 años
Zoraya vive en Granada desde hace casi diez años, y por ahora no piensa en volver a Venezuela.

Venezuela es un caos. Durante los últimos meses ha resultado prácticamente imposible escuchar este precioso nombre sin el acompañamiento de la palabra “crisis” en cualquier noticiero internacional. Cuando uno piensa en Venezuela, hace años que ya no se le vienen a la mente imágenes de flamantes playas paradisíacas como las que rodean Isla Margarita, o increíbles parajes turísticos dignos de película, como las Cataratas Paraíso que tanto honor hacen a su nombre. ¿Dónde quedaron esos lugares? ¿Qué es de esas bellezas?

Hoy todo lo que se encuentra al buscar imágenes sobre Venezuela son vídeos de manifestantes heridos y muertos en las calles, sangre, torturas y protestas. Gente gritando en un país dividido, estudiantes levantándose contra un Gobierno en petición de lo único que puede asegurar su libertad, y de uno de sus derechos más primordiales como humanos, la libre elección de quienes alardean de ser sus representantes.

Una noticia nueva sobre el país nos levanta cada mañana. Y todas y cada una manchadas por la misma palabra, CRISIS.

Pero Maduro asegura que en su país hay paz, y que quien no le crea, vaya y lo vea. Aún así, no paran de llegarnos gritos de socorro a través de todos los medios y vías posibles, aquellos que aún no han sido cerrados. Y cuando los gobernantes aseguran su deseo de paz, y la oposición echa en cara su desamparo frente a la violencia y opresión a la que se someten sus métodos pacíficos, la pregunta es ¿qué está pasando en Venezuela? ¿Cómo saber qué es lo que realmente está sucediendo en las calles?

 

ZORAYA Y LOS GUTIERREZ

Hace cerca de diez años llegó a Granada. En realidad su salida no tuvo origen en causas políticas, sino que simplemente se debió a una beca y a la búsqueda del máster que resultara más conveniente y cómodo para ella. Graduada en psicología, y adelantada para su edad, se trasladó a Granada con su marido con tan solo 20 años; y una vez aquí se quedó por conveniencia tras haber formado una familia. Hoy distribuye su tiempo entre su marido y sus dos hijas, la empresa de publicidad que fundó hace un par de años y la asociación para la cual trabaja como psico-pedagoga.

La verdad es que ni su vida ni la de ningún miembro de su familia se habían visto hasta ahora realmente perjudicados por lo que la crisis en Venezuela suponía. Solo «males menores» de los que pudo salir siempre airosa “gracias a Dios, chama.” Y si habla sobre la vez que casi la convierten en rehén de un robo a un banco amenazándola a punta de pistola en el autobús que la llevaba a la universidad, o sobre las varias veces que “de pana” no la secuestran para pedir un rescate a cualquiera de sus progenitores, lo hace casi de casualidad, como quien dice que se acaba de comer un helado.

De hecho, ella defiende que si llegó a Granada, llegó “porque sí, porque así salieron las cosas”; y hasta hace tres años, que vio por primera vez peligrar la vida de sus hijas a manos de secuestradores, viajaba sin problema cada agosto para pasar un tiempo de vacaciones junto a su familia, casi ajena a los problemas que sucedían en las calles.

Así que si uno pretendiera buscar a alguien para informarse sobre qué está sucediendo en las calles de Venezuela, raramente acudiría a ella. Viene de un estado bien acomodado; de hecho, según lo que cuenta, ningún miembro de su familia ha tenido hasta ahora ningún problema, porque ni siquiera salen de casa si hay “guarimbas”, ya que se lo pueden permitir.

Pero hace tan solo dos semanas recibió la noticia de que  los militares habían metido a su primo de 17 años en la cárcel, tras haberlo capturado en mitad de unas protestas.

 

LA ENTREVISTA

Al subir las oscuras escaleras de ese típico edificio frío y algo antiguo del centro de Granada en el que Zoraya vive, siento a mis espaldas el crujir de una puerta que se abre, y una luz que deja a la vista la menuda silueta de su hija más pequeña, la de 3 años, que es la primera en recibirme.

Su marido está sentado en el sillón del salón, y alcanza a saludar con un leve movimiento de cabeza antes de que Zoraya lo oculte tras de sí de manera inconsciente al atravesar la puerta. Me ofrece un sitio en el sillón y algo frío que beber, mientras ella se sienta con las piernas cruzadas en el suelo, que está mucho más fresco que el sofá, y yo le imito el gesto. No hace falta decir nada, y ella ya comienza a contarlo todo. Las palabras se atropellan en su boca, y mira sin inmutarse, a pesar de los contenidos de todo aquello que está diciendo.

Allí, en ese cómodo salón y de manera tan pacífica, cuesta hacerse una imagen mental de todas sus palabras y pensar que a miles de kilómetros, la realidad a la que se someten sus familiares y amigos, es totalmente distinta.

De hecho, que nos hayamos reunido hoy no es ninguna casualidad. Es el día del juicio de su primo, de hoy depende su futuro. Así que a lo largo de la entrevista, Zoraya no suelta el móvil y lo revisa cada cierto tiempo, esperando recibir cualquier noticia por parte de su familia.

Francesco a punto de ser juzgado en Venezuela
Francesco Genovese a la derecha de la imagen, el día que fue detenido.

Él se llama Francesco y tiene apenas 17 años, le queda casi un año entero para alcanzar la mayoría de edad. Lo cogieron los militares mientras volvía a la casa de su padre, y decidió coger el camino más rápido, a pesar de ser el mismo en el que ese día la oposición realizaría otro conjunto de manifestaciones.

Su madre le pidió que no lo hiciera, pero la inconsciencia de un adolescente que piensa que nada le va a pasar lo llevó a toparse con un grupo de militares que perseguían a otro chiquillo más pequeño que él, que sí formaba parte de dicho levantamiento. Claro que el camino que estos escogieron no fue justamente el más pacífico, lo cual encendió a Francesco, que no pudo evitar gritarles desde lejos instándoles a que buscaran a alguien de su mismo tamaño. Otra vez, su toma de decisiones no pareció ser la más acertada, cuando uno de estos militares giró sobre sus pies justo a tiempo para ver de dónde provenía dicha voz, y comenzó la carrera en su búsqueda. Carrera en la cual se coronó vencedor, y cuyo premio fue Francesco, que acabó derribado en el suelo y capturado como un manifestante más.

Que fuera menor de edad, que no fuera armado, que solo estuviera de paso… nada de eso importaba.

Zoraya no se inmuta mientras habla de cómo su primo fue detenido junto a otros 60 jóvenes durante ese mismo día. Le colocaron una capucha en la cabeza, y un escudo en las manos típico de los que usan aquellos que se manifiestan en la resistencia, todo para sacarle una foto bajo la amenaza estricta de que si no colaboraba continuaría la paliza. Y tras terminar la farándula, casi sin poder respirar y con barriga y piernas llenas de contusiones tras haber recibido todo tipo de patadas, lo metieron en una furgoneta blindada, “una tanqueta”, junto a otros sesenta estudiantes. Y allí le informaron de que si colaboraba con ellos no sería torturado, pero si su madre no accedía a pagar la cantidad demandada, de nada serviría su colaboración… la tortura le llegaría igual.

Antes de que los militares llegaran a hablar con la madre para comunicarle lo sucedido, uno de ellos lo amenazó nuevamente para que no contara nada sobre lo de la foto, porque si se iba de boca, sorprendentemente, la cosa volvería a acabar en tortura.

Una vez que la noticia llegó a oídos de su madre, esta se puso de inmediato a buscar a un abogado que pudiera sacarlo de prisión. El único disponible perteneciente a la oposición le pidió una cantidad mínima de un millón de dólares. La mayor parte acabaría en manos de militares. Mientras tanto, en la prisión, les realizaron a los sesenta detenidos las pruebas de pólvora, y sólo tres de ellos dieron negativo, Francesco incluido. Llegados a este punto, cualquiera asumiría que estas eran pruebas más que suficientes para declarar al joven menor de edad inocente, pero por lo que parece, no es el caso.

Lo de la prueba de pólvora da lo mismo, y no hace falta ya ni hablar sobre el hecho de que sea menor de edad. Los militares tienen una foto del chico vestido con la capucha y el escudo típicamente usados por los manifestantes de la resistencia. Y no importa cuánto esfuerzo haya puesto la madre en buscar un juez neutral que pueda llegar a hacer justicia sobre su hijo, todos los jueces disponibles son afortunadamente chavistas.

Y continúa con su relato.

Lo bueno de Zoraya es que no hace falta perder ningún tiempo en preguntas, ella ya las intuye y contesta sola. Comienza a hablar sobre los manifestantes de la resistencia y sus métodos de ataque, y menciona rápidamente las puputov, parando sólo al ver mi cara de intriga.

Puputov, bombas de caca… ¿no sabes lo que son?”.  ¿Bombas de excremento humano? “Humano y animal, sí.” Desbloquea rápidamente la pantalla de su móvil y comienza a buscar un vídeo en Youtube, mientras no puede evitar soltar ciertas carcajadas al hablar sobre el tema.

Explica que se trata de unas “bombas” formadas a partir de excremento humano y animal, creadas por estudiantes que llegaron a esta magnífica idea a partir del audio de una mujer colombiana, que cree que las “marchas de la mierda” son en realidad la única manera de parar a los militares. La mujer fue debidamente castigada por el gobierno, por promover dicho movimiento.

La bomba no es más que un frasco de vidrio de mayonesa relleno de heces y agua. Los frascos son lanzados por los manifestantes a la zona de ventilación de “las tanquetas” y, mientras los cristales hieren a los impactados, la fragancia de tan magnífica creación realiza su trabajo en el resto de ellos, a los que no les queda otra opción más que huir a toda prisa a cambiar de vehículo, si no son interrumpidos primero por una oleada de vómitos en cadena.

Pero la solución no es permanente. No pasa mucho tiempo antes de que vuelvan otros militares, y el ataque se refuerza. Lanzan perdigones de metra, agua a chorros y gas vencido. Los perdigones atraviesan la piel y duelen tanto como una bala, pero no matan, por lo que son lanzados sin distinción.

Francesco y su familia junto a la bandera de Venezuela
Francesco Genovese en libertad con cargos, rodeado por su familia y abogados.

Los lugares de mayor conflicto son las ciudades de Mérida, Táchira, Trujillo y Maracaibo, ciudades universitarias. En ellas las manifestaciones se realizan realmente de manera pacífica, como en todo el resto de ciudades. Gente de todas las edades y clases sociales marchan pacíficamente por la ciudad, pidiendo la reforma de la Asamblea Constituyente, y unas nuevas elecciones, y se acercan mientras tanto a los militares en actitud provocativa a base de insultos e intentos de reacción. La respuesta a esta provocación es un ataque. Y ya no hace falta más, los militares lanzan bombas de gas lacrimógeno, y de entre medio de los manifestantes pacíficos aparecen los de la resistencia, cubiertos con máscaras creadas a partir de botellas de Coca-Cola y escudos fabricados también a mano. Y se defienden con lo que tienen; piedras, puputov, manotazos… herramientas de defensa, y no de ataque.

¿Y por qué provocan a los militares? ¿Pretenden entonces realmente que los ataquen? Es difícil entenderlo, parece una llamada a la tortura.

“Los militares son gente del pueblo. Muchos son incluso familiares y amigos. El ex marido de mi tía es militar, y Francesco también era su sobrino. Pero él no hizo nada para ayudarle. La única respuesta que le dio a su hijo tras implorarle ayuda fue “¿y para qué se hace tu primo terrorista?” como si él hubiera tenido algo que ver. En Venezuela los militares no se vuelven porque están todos pagados. Imagínate; a una persona que tenga una empresa de cemento, la manufacturación le costaría como 3 bolívares fuertes, y la venta al público está en 12000. No es que esa persona se vaya a llevar tanto beneficio. Para poder vender ese cemento, necesitaría un cupo del Gobierno, que está en manos de los militares. Así que tendría que pagar cerca de 500000 bolívares fuertes para poder conseguirlo. Eso más el pago que le hará al gobierno. Y el cemento no es nada ¡Imagínate lo que sacan por la gasolina! La compran a un precio especial por ser militares, y la venden por mucho más. Si no se voltean, es por el dinero que consiguen. A los gerentes les llevan incluso la compra a casa, hasta uno de sus becarios puede conseguir comida de manera fácil y rápida.”

Además explica que los militares en su mayoría eran gente muy pobre, casi sin preparación ni nada, que fue «enrabiada» por Chávez durante su gobierno en contra de los ricos, a los que, según ellos, ahora les están haciendo pagar. También están los militares cubanos, que se hacen llamar avispas negras y que, según cuenta, son mil veces peor; porque ellos ya no se mueven solo por avaricia o rabia momentánea, sino que están movidos por su propia ideología y forman la primera línea de resistencia. Son capaces de entregar su vida por la causa. Y en cuanto al resto de militares, aquellos que luchan en contra de su voluntad, si siguen ahí es bajo amenaza de tortura.

Luego están los colectivos. Ladrones y delincuentes que fueron recogidos por Chávez en situaciones paupérrimas, y rescatados de la cárcel, con la única condición de defender al gobierno pasase lo que pasase. «Rateros armados e inmunes», comenzaron a formarse hace cerca de cinco años, durante los cuatro meses que hubo de guerra en el país, una guerra mucho más fuerte que la que se da ahora, y que tras más de 200 muertos, acabó por rendimiento de la oposición. Y acabó con un paro de la petrolera, que estaba en su mayoría en manos de la misma, y que pasó de manera inmediata a manos del Gobierno, proveyéndolo así prácticamente de todo el control económico del país.

Lo más interesante de todo esto es que la mayor parte de noticias que salen del país tratan de los problemas entre colectivos y manifestantes, pero prácticamente no hay mención a los militares y sus torturas. Aunque eso de que las noticias están manipuladas no es algo nuevo, desde un lado tanto como del otro. De hecho Zoraya considera que este fue uno de los mayores problemas de la oposición, de cara a solicitar ayuda internacional.

“La última vez que estuve en Venezuela fue hace tres años, durante el mes de Agosto. Justo unos meses antes había visto en uno de estos programas de investigación, un reportaje hecho sobre la situación de Venezuela. Se veían los mercados vacíos, los estantes sin nada. Yo fui pensando que así los vería, que no iba a haber comida ni nada que comprar. Pero no, los mercados estaban llenos. Solo faltaban cuatro cosas, que podías encontrar en la puerta del mismo supermercado en un puestito de reventa. Claro que eran las cosas más importantes; papel higiénico, pasta de dientes, leche de bebé… esas cosas. Pero las podías encontrar igual en la calle. Más caras, pero estaban.”

El vídeo era parte de la campaña que llevaba a cabo la oposición para hacer un llamado internacional, pidiendo ayuda contra el chavismo. Pero cada vez que cualquier organización  de ayuda internacional llegaba a Venezuela se daba cuenta de que la realidad era muy diferente a la mostrada. Esta exageración, ahora que la situación es realmente dura, les juega en contra, pues han perdido credibilidad delante de las comisiones internacionales.

Uno de sus contactos, que trabajó como piloto tanto para las fuerzas chavistas como para las de la oposición, le ha dicho ya en repetidas ocasiones que no existe diferencia alguna. Que al final, los dos son lo mismo, y las ideas de la oposición la dan chavistas infiltrados en la misma.

“Arias Cárdenas de hecho, mientras ejercía como jefe de la oposición, tuvo un par de fallos bien grandes justo antes de las últimas elecciones. Fallos que le costaron a la oposición su victoria. Poco tiempo después, Chávez lo nombró ministro de su gobierno. Y el poder judicial lo mismo, lo tienen los chavistas. Forman jueces en tres años, y no hay ni una sola jueza que no sea chavista en Mérida…”

Para en seco y mira el móvil. “Ay no chama, lo declararon culpable.” Su marido la mira con angustia; y es que acaba de llegar un mensaje al grupo de Whatsapp de su familia en el que le avisan de los resultados del juicio.

Desde el principio ya era consciente de que la cosa no tenía buena pinta. Él podía ser menor de edad, y puede que hubiera dado negativo en las pruebas de pólvora, y que no lo hubieran cogido en mitad de ninguna manifestación. Pero la jueza era chavista, y tenía en sus manos una foto del acusado vestido como un manifestante de la resistencia. Aun así, confiaba en que algún milagro pudiera llegar a ocurrir, y existiera por una vez justicia real en Venezuela.

La cosa estaba entre salir en libertad sin cargos, o bajo fianza y con antecedentes. La primera opción era claramente la ideal, la segunda resultaba en una prolongación de entre 8 y 12 días de su estancia en prisión, y la posibilidad de no poder venir a España para realizar sus estudios universitarios, tal y como él ya tenía planeado, debido a los antecedentes penales que acarrearía consigo. Y aunque saliera sin antecedentes, tan solo un día más en prisión podría resultar fatal, debido al peligro constante al que se exponía de cara a los otros encarcelados.

Él era el único de los 60 que no había sido torturado, y a pesar de la lamentable situación a la que se sometía tan injustamente, y no solo debido a su minoría de edad; recibía ciertos tratos privilegiados a causa de su buena situación social y de algunos contactos de su madre. Así que de cara al resto, incluido su compañero de celda que había sido encerrado por cargos de homicidio, era el niño mimado de prisión.


A los pocos días de realizarse esta entrevista, un mensaje llegó al móvil de Zoraya. El milagro que estaba esperando al fin ocurrió: su primo Francesco logró salir de prisión, en libertad con cargos, pero sin haber tenido que pagar fianza.

Francesco Genovese al salir de prisión en Velezuela
Francesco Genovese al momento de encontrarse con su familia justo después de salir de prisión.

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