Les daré un nombre eterno que no se borrará
El 27 de diciembre de 1945 las tropas soviéticas entraron en Auschwitz y ante sus ojos se descubrió el mayor campo de exterminio y concentración que la maquinaría hitleriana había puesto en marcha. Hoy, Auschwitz se considera el paradigma del horror y la muerte. Esta fecha, el día 27 de enero, ha sido la elegida por nuestras autoridades para conmemorar, desde 2006, lo que se conoce como día oficial de la Memoria del Holocausto y en prevención de los crímenes contra la Humanidad.
Desde esa fecha son cada vez más las instituciones públicas que se incorporan a la conmemoración: Senado, ayuntamientos, parlamentos autónomos, etc. Parece existir una tibia determinación para que la memoria de lo que ocurrió no se pierda una vez desaparecidos los pocos supervivientes que van quedando (Semprum los denominó aparecidos).
En el caso de Granada, los actos no son organizados por ninguna institución pública, sino que es la sociedad civil, gracias al Instituto Darom de Estudios Hebreos y Judíos, y al Centro Artístico que desde hace cuatro años vienen realizando una emotiva ceremonia en la que participan organizaciones como el Secretariado Gitano, Granada Histórica o a título individual, miembros de Memoria Histórica.
Estos actos son desconocidos para la mayor parte de los españoles y para los medios de comunicación hace mucho que dejó de ser noticia. Hoy, en España, prácticamente nadie recuerda lo que significó la shoah: el vocablo hebreo que define el exterminio calculado de manera fría y metódica de una raza y el de muchos enemigos políticos. Un 35% de los españoles tiene opinión desfavorable de los judíos cuando éstos representan apenas un 1% de la población.
Mientras, el antisemitismo crece en Europa: los recientes atentados contra la sala Bataclán (señalada por colectivos antisemitas) o el asalto al supermercado Kosher de París, son sólo la cabeza visible del monstruo intangible. Ya no se visualiza como antaño, no tiene uniforme ni desfila al son de cantos patrióticos, ahora se refugia en la cobardía de la corrección política, en el uso desproporcionado de comparaciones con el nazismo, en los movimientos de boicot, y en los miedos y silencios de un relativismo mal entendido. Las teorías conspiratorias, los mitos de dominación judía vuelven a resurgir a derecha e izquierda del escenario político, se diluyen y calan, como la lluvia fina, en una sociedad que idolatra lo banal y lo inmediato, y que está perdiendo la memoria.
Es una tarea dura, pero necesaria, que los españoles tengamos memoria, que recordemos a aquellos (incluidos muchos compatriotas) a los que Claude Lanzmann, en su monumental documental Shoa, dedica la cita de Isaías “les daré un nombre eterno que no se borrará”.