Política y verdad: ¿Compatibles?
El otro día, en una conferencia a la que pude asistir, se planteó la cuestión de si el echo de que un gobernante no diga la verdad provocaba en la sociedad la pérdida de un valor tan importante como es la sinceridad. Sinceramente, me quedé reflexionando gran parte de la tarde y del día venidero, hasta que llegué a una conclusión, da igual o parece que no es importante.
Desde la antigüedad, en las ciudades y regiones donde se podía llevar a cabo la democracia, ha existido esa picardía y engaño de los políticos. Todo comenzó en la mismísima Grecia, donde un grupo de intelectuales, denominados sofistas por el propio Sócrates, desarrollaron lo que se conoce como retórica, que en ese entonces, era dominar el lenguaje de una manera tan magistral que incluso lo falso sonase como verdadero. Por tanto, esto no ha sido objeto de debate solo en la actualidad.
Sin embargo, al menos en la antigüedad, los aspirantes a cargos políticos debían trabajar duro para convencer al pueblo. Ahora, simplemente, nos dejamos engañar aceptando que es lo normal o que todos los políticos lo hacen. Es obvio que la verdad ha perdido valor en nuestra sociedad porque convivimos con la mentira a diario. Y es que, ¿qué se puede esperar de un pueblo, si sus representantes son unos mentirosos? Efectivamente, que este también lo sea.
Como prueba de esto, no hay más que fijarse en nuestro presidente del Gobierno para ver el ejemplo de política en España. Hablo de Pedro Sánchez por ser nuestro mayor representante actualmente, pero podría citar a cualquier otro político. Entre sus mentiras varias podríamos destacar la de que no pactaría con fuerzas independentistas catalanas, ni con BILDU o con el propio Podemos. Mientras que ahora, aparte de estar algunos en el Gobierno de España, negocia los presupuestos del país con ellos.
Sin irnos muy lejos, estamos entrando en época navideña y para los niños significa la llegada de los Reyes Magos, al igual que a Casado le pasó con su máster. Como podréis observar, aquí dan igual los colores, todos cojean del mismo pie.
En definitiva, la sociedad está corrompida por la mentira, tanto que la acepta incluso cuando el futuro de su país está en juego.