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Navidad, cada vez más y no precisamente mejor

Hola, no, no soy el Grinch antes de nada porque ese ser verde está más que manido como referencia de odio navideño. Además él termina por amar la celebración y dudo que eso ocurra conmigo. Tampoco quiero establecer un símil con una caricatura, pues esta es una crítica seria sobre lo poco que me gusta la Navidad. Esta festividad es y ha sido siempre una de las celebraciones más esperadas del año, pero esa espera es cada más ínfima y eso no le hace ningún bien.

Mariah Carey, reina y señora de la Navidad

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Portada del sencillo «All I Want for Christmas Is You» de Mariah Carey de 1994

Queda un mes para Navidad, en teoría, y es lo máximo que puedo aguantar para escribir algo sobre ella porque ya llevamos semanas de Navidad, aunque no os lo creáis. Mariah Carey, esa señora a la que no paramos de escuchar de aquí a unos meses, se autoproclama reina de la Navidad y ha decidido que empiece ya en una colaboración con Spotify para promocionar una lista de reproducción navideña en la plataforma. Bueno no tanto como ya, lo decidió hace tres semanas con un vídeo de Instagram, pero personalmente no puedo concebir que la Navidad, que para mí dura lo que duran mis vacaciones, pueda extenderse hasta más de dos meses.

 

El vídeo en cuestión no tiene pérdida, Mariah aparece con su disfraz de Halloween a las 11:59 del 31 de octubre y despierta a las 00:00 con una llamada del propio Santa Claus, al que le contesta que ya es hora. ¡Ya es hora! El 1 de noviembre ya es hora, según la señora Carey, de adornar el árbol, el Belén, el hogar o lo que sea que adorne cada uno en lugar de las tumbas [al día siguiente es el Día de los Difuntos, al menos aquí en España].

 

Y es que no sé ni como ni cuando, ya que nadie lo ve, en Granada ya están colocadas las luces de las calles y he oído que en Málaga pronto encenderán la deslumbrante calle Larios. Aún no lo han hecho, pues de eso se encarga el algoritmo de Instagram y sus historias de informarte automáticamente. La Navidad, independientemente de quiénes quieran adelantarla o quiénes queramos retrasarla, ya está aquí y eso me enerva. 

Más Navidad no significa más nada

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Imagen de Alejandro Vasquez (@vasquezaleju) en Unsplash

Cada vez empieza antes. Ya se adornan los pinos de hoja perenne con nieve, falsa, eso sí porque el cambio climático no perdona la Navidad y a él parece gustarle menos que a mí, cuando sus primos de hoja caduca aún no se han despoblado.

 

Suponiendo que la Navidad no termina hasta que devuelves los regalos poco o nada acertados, hasta que guardas esa tarjeta regalo en la cartera para usarla el año próximo en otro regalo poco o nada acertado, la celebración dura en torno a mes y medio. Un mes más de lo que debería. A este paso, auguro un futuro sin estaciones en el que el año se divida en restos de la Navidad pasada, periodo entre navidades y Navidad en sí misma. Eso sí, si algo así llegase a ocurrir, podéis dar por seguro que el periodo entre festividades sería la etapa más corta de las tres.

 

Pero lamentablemente ese mes de más que ganan aquellos que la disfrutan solo hace agravar los peores aspectos de la Navidad. No es un mes y medio de felicidad, de compartir ni de reunirse con la familia [porque sigues viéndolos lo mismo], es un mes y medio de postureo y consumismo. 

Seres ¿queridos?

Pero el odio a la Navidad, mi odio a la Navidad va más allá de la duración. Ahora empiezo con los seres queridos. 

Generalmente se considera seres queridos a la familia. A esa gente con la que en más de una ocasión compartes sangre, pero ni tema de conversación, ni aficiones, ni gustos en común. Esas difíciles cenas y comidas en las que tienes que emperifollarte más que nunca para ver a gente a la que no ves en eones o que directamente ni conoces y hacer el paripé de que estás a gusto cuando podrías estar mejor en cualquier lugar que en ese sitio.

 

Yo no tengo queja de la mía, pero no porque la mía sea perfecta ni mucho menos. Es porque es igual de desapegada que yo y en ese aspecto nos entendemos bien. Es por eso que los quiero. Porque no son unos pesados. Quedamos las veces justas y necesarias y el resto del año cada uno a su vida sin incordiar a los demás. Simplemente perfecto. El cariño no está reñido con la distancia ni la indiferencia en temas cotidianos. 

 

Porque, aunque no sea mi caso, sé de gente que consideran seres queridos a eso. A sus seres que son queridos. Amigos o familiares con los que comparte algo más que sangre. Gente que ama, gente que aprecia, que está en su vida presente más allá de Navidad. Lo mismo ocurre en San Valentín. Si quieres a alguien lo quieres durante todo el año y hay que demostrarlo todos los días, no solo el 14 de febrero. Pues el mismo caso, pero aplicado a la Navidad.

 

Podría seguir hablando de tantas cosas que odio de la Navidad como las horrendas decoraciones, las comidas pesadísimas, pero inevitables o la falsa creencia de los niños en Santa Claus o los Reyes. Gracias a mis padres por nunca haberme hecho creer en ellos, porque así reserve mi ilusión y cariño para ellos y no para figuras imaginarias. Aún así, prefiero dejarlo aquí porque pronto pasaré de criticar a vomitar veneno sobre la Navidad y os aseguro que ninguno queréis eso.

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