Todos los días de una vida
Hace mucho tiempo conocí a una mujer que me fascinó. Graciela García era una mujer con un tesón y fortaleza que muchos hombres envidiarían; a la edad de treinta y tres años se quedó viuda con una niña de tres años a la que cuidar. Eran unos tiempos diferentes, no había tantos derechos y libertades, y menos en aquella España, como ahora. Sin un sueldo con el que alimentar a su hija, Graciela tuvo que ponerse a trabajar, este hecho tan deplorable supuso que su familia le retirase la palabra.
A pesar de todos los reproches y advertencias que recibió, Graciela empezó a trabajar como enfermera en el hospital de su ciudad. Eran unos días ingratos e interminables, la jornada de trabajo le obligaba a dejar a su hija sola y a abrirse paso en un mundo dominado por los hombres.
Sin embargo, la determinación de aquella fémina no conocía los límites de la imaginación, trabajaba con el placer del sustento ganado y la satisfacción de estar haciendo algo que parecía imposible y por lo que nadie apostaba: una mujer siendo la cabeza de familia.
Con el paso de los años, Graciela consiguió prosperar y alcanzar la fortuna suficiente para vivir con comodidad el resto de sus días.
Aquella mujer que perdió al amor de su vida y se quedó sola con la presión de mantener a su hija, es un claro ejemplo de todas las mujeres que viven eternamente en un ocho de marzo.